Discos Solista Orquesta
Barrios en blanco y negro

John Williams podría no ser el primer o el principal intérprete del maestro paraguayo de guitarra Agustín Barrios Mangoré (1885 – 1944), pero es ciertamente el más conocido. En los años 70, Williams presentó la música de Barrios a las audiencias fuera de Latinoamérica a través de la television y conciertos, y con el álbum From the jungles of Paraguay: John Williams plays Barrios (1977). Para una grabación más cercana al espíritu de las propias interpretaciones de Barrios, sin embargo, sería preferable el álbum Intimate Barrios (1998) de Berta Rojas.

El sábado a la noche (refiriéndose al 21 de julio pasado – n. del t.), Williams y Rojas compartieron el escenario alumbrado por velas de la sala Sam Wanamaker, el local de estilo Jacobita del Shakespeare’s Globe Theatre de Londres. Fue una noche de contrastes bajo el techo de paneles blancos y negros del Wanamaker. Williams, vestido de negro, interpretó la primera parte; y Rojas, de blanco, la segunda. Fue modesto de parte de Williams el tocar primero, y también sabio. La mayoría de la audiencia eran paraguayos, y fue la base para Rojas, su embajadora cultural. Un espectador incluso llevaba una bandera paraguaya, con el lema nacional de “Paz y justicia”.

El contraste en los estilos de guitarra, sin embargo, estuvo más cerca del lema brasilero “Ordem e progresso”. Williams, experto en la técnica, preparó la escena con una ordenada secuencia de piezas cuidadosamente elegidas que llevaron a la audiencia de las danzas Jacobitas a los valses venezolanos. Rojas, informalmente autoritaria en su técnica, ofreció luego un soberbiamente articulado y apasionado recuento de las composiciones de Barrios, con un desarrollo sincopado, errante y tocado por la improvisación.

Williams abrió con tres danzas de la colección Terpsícore (1612) de Michael Praetorius, que ha formado parte de su repertorio desde los años 70. Las transiciones entre el bajo continuo y el tremolo de la sexta cuerda en Courante transcurrió suavemente, pero hubo un par de notas dubidativas en la, de otra forma, lírica Ballet. La rápida La Volta, una favorita de la reina Elizabeth I, fue impecable, aunque con la fresca melodía y la controlada resonancia de la afinación Re-La-Mi de las primeras cuerdas.

A seguir, Williams se anticipó al sentimiento a lo Bach de la obra maestra de Barrios, La catedral, con una adaptación para guitarra de los arreglos de Bach para clavicordio del Concierto para laud en Re mayor (RV93) de Vivaldi, y Sarabanda en Sol del lutista Silvius Leopold Weiss, amigo de Vivaldi. En la obra de Vivaldi, Williams controló los tres registros de bajo, las voces interiores y la melodía superior, a la vez que revelaba la capa triple de composición, arreglo e interpretación. Los cambios cromáticos menores fueron puramente Vivaldi, el fino hilo del bajo descendiente fue astutamente como Bach, y los ondulantes acordes y ráfagas de semicorcheas solo podían haber sido de Williams. La Sarabanda de Weiss fue ligeramente sincopada, como si girara hacia el oeste.

Después de un breve alto en Irlanda para Adiós a la música, la composición con aire de arpa de Turlough O’Carolan, Williams alcanzó el continente de Barrios con tres danzas venezolanas. Dos valses rápidos (Natalia de Antonio Lauro y Como llora una estrella de Antonio Carrillo) y El totumo de Guarenas de Benito Canonico, en 12/8, asombraron con elisiones, escurridizos adornos y agudos esquinamientos. Estas tres danzas, tomadas del retorno de Williams a la música para guitarra lationamericana con El diablo suelto (2003), fueron las únicas selecciones escritas para guitarra; Williams ha adaptado el resto de arreglos para laud, clavicordio y arpa. Fue como si Williams, al elegir este considerado, generoso y cuidadoso programa, hubiese elegido tocar a su límite para asistir a Rojas a tocar en el suyo.

Lo que ella hizo, magníficamente, en cuarenta y cinco cautivantes minutos de Barrios. El sonido de Rojas es más seco y más “maderoso” que el de Williams. Más cercano, de hecho, al de Barrios en sus grabaciones de 78 RPM. El espíritu de su ejecución está también más cercano al de Barrios, en el modo en que su virtuosismo siempre sirve a la expression emocional. Williams se sentó erguido en la postura prescrita, pero Rojas se balanceó, casi tocando con su frente el brazo de su guitarra, y entregando ocasionalmente un simple vistazo de un calzado con tacos, como si juntara los hilos perdidos de melodía de vuelta hacia el ritmo.

Y el ritmo siempre estuvo allí, a veces afirmado con percusivo atrevimiento, pero a menudo expertamente extendido o abandonado, para elevar las impresiones emocionales de tensión o pérdida. La engañosamente simple melodía de Un sueño en la floresta se balanceó en los altos del rubato, deteniéndose como para un suspiro a cada cambio de acorde, luego agitándose con el tremolo. El efecto fue tan lírico, y la coda tan extendida al final, que el aplauso de la audiencia impidió a Rojas ejecutar el acorde final. La canción simplemente se evaporó en su nota final: la más atrevida de las improvisaciones de Rojas, y prueba de su sentir por la música de Barrios.

La polka paraguaya Caazapá (no confundir con la polka polaca) y un meditativo y extendido Barcarolle desafiaron el tiempo fijo, pero el bajo balanceado y las pausas dobles de otra polka, Jha che valle, me recordaron a Joe Pass, el Bach de los solos de guitarra jazz. Como Pass, Barrios elabora el bajo con substituciones cada vez más complejas y complica las voces internas con acordes pasantes. El extiende los lazos armónicos entre los acordes y la melodía, pero de alguna forma siempre regresa al lugar correcto en el momento correcto. Rojas identificó la línea de angustia corriendo a través de cada desarrollo.

Ella culminó, por supuesto, con La catedral. La celebrada grabación de Williams de 1977 sacó a Barrios de los trópicos y lo colocó en Europa, pero La catedral no es una fuga de Bach; es un tipo de música folclórica hispana a lo clásico e influenciada por Bach, escrita por un paraguayo que a veces aparecía en el escenario luciendo un tocado indio. Donde Williams ejecuta el Preludio saudade con claridad algo rígida y fria, Rojas enfatiza la saudade, la soltura de la nostalgia. Ella también tomó el Allegro solemne del cierre con mayor fuerza de la que Williams usó en el disco, y solo ligeramente más lento que Barrios en su grabación original. La articulación de Rojas también fue extravagantemente limpia.

Williams se unió a Rojas para un encore. Mientras que Rojas rasgueaba la Danza paraguaya y Williams tomaba la melodía de una partitura, parecían profesor y alumno. Quizás los especialistas y entendidos serían más justos. De cualquier manera, Williams parecía estar disfrutando de la lección. A la noche siguiente, él compartiría cartelera con el guitarrista de flamenco Paco Peña. Yo no podría esperar.

Dominic Green es un escritor que vive en Boston.

[ Versión española de Iran Duarte ]

Dominic Green
[ Estados Unidos ]